

Independiente
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El Perrodiablo es, esencialmente, una banda en vivo. Cuando toca, flota la sensación de estar viendo al rock en su más alto grado de pureza. Es furia, ruido, quilombo, una bomba molotov de energía. Es deliberadamente desprolijo, sudado y mugroso.
Estas virtudes, de las que pocas bandas de la escena actual pueden jactarse, sin embargo, le presentan un desafío: ¿cómo trasladar todo esa calentura a la frialdad del estudio? Hasta ahora, la salida que encontraban era hacer algo un poco más pulcro para luego ensuciarlo arriba del escenario y eso se notó en la evolución del sonido de los discos. Pero he aquí un cambio. Mientras que en Cacería, su trabajo anterior, los riffs de Chaume y la voz de Doma se escuchaban impolutas, en La otra dimensión -su quinto disco de estudio- optan por una estrategia inversa, que finalmente les permite transpolar el salvajismo y la suciedad del escenario al ámbito del estudio.
Unos golpes fuertes de batería y un riff directo dan el puntapié inicial con "Mentiras importantes". Los links aprecen rápido: MC5, Iggy & The Stooges, New York Dolls, el primer KISS, Johnny Thunders. Lo de El Perrodiablo es un viaje nocturno y caliente de Detroit a Nueva York a principios de los 70, no sólo en términos sonoros sino también por el concepto global que busca rescatar al rock & roll más básico y descarnado, aquel que se nutre de la furia interna para exorcizarla corporalmente.
“Me obligaste a actuar / en el peor escenario”, arranca Doma, dando la pauta de todo lo que vendrá: una constante interpelación hacia un otro. Real o imaginario, pero que es protagonista de las canciones y que se sabe con seguridad que no despierta ningún tipo de simpatías en el narrador. Las letras no son directas, simples, ni caen en lugares comunes. Tampoco hay puteadas, pero sí provocación, y con un lenguaje claro y sencillo plantean decenas de formas distintas de marcar la distancia con ese otro: “Tu legado es este infierno / más prendido que los muertos”, le canta a algún deudor en “Cuentas Pendientes”. “¿Te acordás de esa guerra en la que perdimos todos? Esa que creaste vos y la pagué yo”, interpela en “Hechicero”. “Tu filo también es mío, no esquivo los colmillos”, advierte en “Trueno padre”. “Voy lloviendo y arrastro un ciclón / pero lo que me atormenta sos vos”, metaforiza en el cierre con “Voy lloviendo”.

A Doma se lo escucha todo lo caliente que tiene que sonar, lo que confirma el acierto en la metodología de producción que ya habían implementado en Cacería (grabar la voz junto con la banda) y que ya había marcado una diferencia respecto a sus predecesores. Ahora, al método le suman una gimnasia detrás que ayuda a trasmitir mejor la carga libidinosa del escenario. La resultante es una voz de clara expresión punk, en la que a cada frase se le da el tono indicado, a veces burlón, a veces enojado, a veces desinteresado, a veces orgulloso. Eso sí, nunca contento.
En ese sentido, el disco está plagado de escenas de tensiones y batallas, no solo externas, sino también internas. "Tener razón es tan pesado como estar equivocado / a veces quita el sueño y otras el aliento", reconoce en "Hechicero" bajo un wall of sound guarro. El riff ganchero de "Blues infinito", que podría haber salido de Hotter Than Hell (Kiss), es la base para que Doma se pare y hable desde un lugar autorreflexivo: "En un agujero negro estoy, un extraño ante mí mismo soy". "Trueno Padre", la canción más punk del disco, se sostiene con un riff veloz que evoca a James Williamson en Raw, mientras el cantante repite con urgencia "Somos dos en un solo punto de vista".
Per además del otro, también hay un nosotros. Porque para enfrentar cualquier batalla, ya sea real o simbólica, no alcanza con debilitar al oponente sino que es necesario trabajar para mantener alto el espíritu de los propios. Es esa la función que cumplen "La punta del campeonato" y "Estamos cubiertos", en las que Doma parece un dirigente sindical revolucionario arengando a las bases. "En el fondo, en el aire, estuvimos en todas partes", enfatiza en la primera bajo un manto rocanrolero. "Llevamos la espalda de los condenados", grita con sangre en la garganta en la segunda.
Gracias a los años de ejercicio en el estudio y el trabajo de ingeniería de sonido a cargo de Gonzalo "Pájaro" Rainoldi, las canciones cumplen el efecto que se proponen: suenan crudas, potentes y mugrosas sin ser desprolijas. No reemplazan al vivo, están hechas para ser tocadas en vivo. Sin embargo, queda la sensación de que faltan himnos, canciones más redondas, de esas que invitan al público a pararse de este lado de la grieta para exorcizar la furia junto a ellos. Lo más cercano está en las dos canciones de cierre, “Estamos cubiertos”, con un coro rústico que obliga a agitar los brazos, y “Voy lloviendo”, con un estribillo carnal y un solo de guitarra de antología, aunque ninguna llega al nivel de emoción de “Algo sobre estar vivo”(El Espíritu, 2012).
A pesar de ello, La otra dimensión es un disco necesario para la Argentina de 2017. En tiempos en que la corrección política es moneda corriente en la esfera pública, en que hay más preocupación por las formas que por los fondos, en que abundan las estéticas coloridas y en que las palabras edulcoradas se volvieron un cosmético frecuente del discurso político, El Perrodiablo trae un disco que emerge desde el barro, sin temor a ensuciarse ni ensuciar al otro.