

Capitol / Universal
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Paul McCartney supo convertir sus momentos críticos en el motor creativo necesario para llevar la creatividad a otros terrenos. Lo hizo en 1970, cuando se confinó con su familia en una casa en la pradera escocesa para procesar el duelo de la separación de los Beatles y regresó a la ciudad con su debut solista bajo el brazo, grabado por su cuenta en la paz hogareña. Y volvió a ocurrir una década más tarde, cuando canalizó la disolución de Wings con McCartney II, un álbum en el que jugó con la electrónica y obtuvo resultados dispares. En 2020, Sir Paul tenía planeada una gira europea durante gran parte del año, pero el COVID tuvo otros planes y lo obligó a hacer algo a lo que no está acostumbrado: quedarse quieto en casa.
Con un estudio lo suficientemente bien equipado a disposición en su propio hogar, el exbeatle creó McCartney III, la última entrega de una trilogía en la que el factor unificador es el propio Paul McCartney a cargo de la ejecución y producción de todas las canciones. Y si el primer volumen fue una apuesta intimista en contraste con la magnitud titánica de los Beatles y el segundo ponía a la experimentación como contraparte a su fama de autor de “silly love songs”, este cierre se ubica como una posición intermedia. Desde la tranquilidad doméstica, creó un disco que es rupturista para con su propia figura, sin la intención de entrar a un chart para validarse a los 78 años...
La apertura, con “Long Tail Winter Bird”, deja en claro las reglas del juego, y hace inevitable las comparaciones. Donde en su anterior trabajo había puesto una balada emotiva para allanar el camino hacia el resto del álbum, ahora hay una pieza que no busca agradar. Su primer minuto es una superposición de riffs tocados en guitarra acústica con algún machaque ocasional de eléctrica hasta que un coro de varias voces interpretadas por el propio McCartney repite las mismas tres preguntas: “¿Me extrañás? ¿Me sentís? ¿Confiás en mí?”. A la altura en la que entran la batería, un sintetizador y unos flautines para terminar de darle forma a un blues robótico, el último de esos interrogantes se vuelve un pacto de escucha.

La pandemia como disparador artístico toma el protagonismo en varios segmentos del disco. “Find My Way”, un pop mccartiano que parece procesado por un filtro de 8 bits, tiene una letra que busca ofrecer consuelo a quienes se vieron sobrepasados por el encierro (“Nunca solías tener miedo a días como estos / Pero ahora estás abrumado por tus ansiedades”), y también sobrevuela en el aire durante “The Kiss of Venus”, un remoloneo acústico que intenta bajar al llano la recomendación de tranquilizarse y sobrellevar el momento. Al frente del piano, McCartney también convierte a “Women and Wives” en una balada con bajada de línea hacia la tolerancia con los demás para una convivencia pacífica (“Lo que hacemos con nuestras vidas parece importarle a los otros / Algunos seguirán caminos que ya recorrimos”), y esboza su propio carpe diem en “Seize the Day”, un beatlismo que busca transmitir la urgencia de no desperdiciar el tiempo (“Cuando lleguen los días fríos y las viejas costumbres se desvanezcan / No habrá más sol, y vamos a haber deseado hacer durar el día / Aprovechá el día”).
Sin la necesidad de tener que agradar a fuerza de hits en piloto automático, los mejores momentos de McCartney III aparecen cuando Sir Paul sale de la zona de confort lo más posible. En sus ocho minutos y monedas, “Deep Deep Feeling” comienza como una canción de amor hecha solo con voces y tambores, hasta que una serie mínima de instrumentos se acoplan entre texturas, capas de eco y oscilaciones, y todo crece hasta sonar como The Beatles leído por Massive Attack. Lo mismo ocurre con “Deep Down”, un soul circular de tonos menores que brilla con luz propia. En cambio, cuando busca jugar con los convencionalismos, Paul McCartney hace agua, como lo evidencia “Lavatory Lil”, un rock de manual y poco inspirado.
La lógica que une a McCartney III con sus antecesores se manifiesta en dos momentos clave del disco. En el final, “Winter Bird / When Winter Comes”, Macca rescató una canción grabada en 1992 en la que, acompañado solo por su acústica, repasaba una serie de tareas hogareñas, que eran en realidad las que tuvo que realizar en 1970 para acondicionar la casa en la que registró su debut solista (poner un alambrado para que no entren zorros a asustar a las gallinas, cuidar la cosecha, plantar árboles para tener sombra, el costado terrenal de un músico con status de semi dios). Un par de minutos antes, ”Slidin’” lo muestra acompañado por dos de sus músicos de apoyo, Rusty Anderson en guitarra y Abe Laboriel Jr en batería. El tema es un rock enérgico y de rítmica quebradiza, y también de notable jovialidad, con una letra que es una declaración de principios: “Sé que debe haber otras maneras de sentirse libre / Pero esto es lo que quiero hacer, quien quiero ser”. A los 78, quién pudiera.