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A Metallica pueden criticársele muchas cosas, pero la mayor virtud del grupo desde que atraviesa su período de “tercera edad” es no quedarse quieto. En lugar de sentarse a disfrutar sus millones en sillones caros, la banda apostó por más con giras y más giras, arriesgar mucho con el controvertido Lulu junto a Lou Reed, o jugar en terrenos ajenos como con el film autorreferencial Through the Never. En síntesis, intentar siempre y permanecer en movimiento. Luego de volver a mostrarse en buen estado en 2008 con Death Magnetic, Metallica debía confirmar ese rumbo con otro disco de estudio. Hubo que esperar ocho años hasta este Hardwired… To Self-Destruct y nuevamente la apuesta es fuerte: un disco doble, doce temas, en su mayoría extensos y poco amables para el oído no entrenado.
El comienzo con “Hardwired” es una declaración de principios. Doble bombo, redoblante a ritmo marcial y guitarras que asoman con un zumbido amenazador hasta que todos los instrumentos se alinean para una oda thrashera de marca registrada que ya patentaron en clásicos como “Battery”. “We’re so fuuucked!” aúlla James Hetfield y planta bandera. El paso siguiente, “Atlas Rise”, es otra muestra del mejor y más puro Metallica, con una intro que construye un cimiento de concreto hasta que un riff mortífero marca el camino para que todo el grupo se enfile detrás. Un ritmo de cabalgata feroz, un puente, luego cambios de ritmo, un estribillo poderoso, palo y a la bolsa.
Cuando llega el tercer tema del disco, todo lo anterior parecía solo un motor calentando para la puesta a punto. “Now that We’re Dead” es de lo más contundente que puede ofrecer Metallica versión 2016. Desde el primer segundo atrapa al oyente y no lo suelta los siete minutos que dura la canción, que de tan buena que es parecen mucho menos. Su introducción de un minuto y medio prepara el terreno para un tema a medio tiempo, de riff denso y bien pesado, para que James Hetfield vaya marcando el camino y se luzca mientras su ritmo en la guitarra no afloja nunca. Hacia el final, después de un solo de Kirk Hammett, el pasaje instrumental donde la banda vuelve a retomar la marcha y se va acomodando a puro machaque y rasgueo es para imaginar en vivo una zapada interminable.

El alto nivel no baja en “Mouth into the Flame”, el tema siguiente: un comienzo con un riff a puro vértigo, un par de rebajes y otra vez pedal a fondo para que el tema nunca pierda gancho. Tras semejante records de vuelta, “Dream No More” baja un cambio y ofrece el costado más denso y oscuro de Metallica, como en su momento fue “Sad but True”. Recién en “Halo on Fire” la distorsión afloja, aunque solo de a ratos. En ese juego, Hetfield y compañía exponen virtudes con un tema bien climático que en la mitad arranca con otro de esos riffs para el headbanging que garantiza tortícolis. Así cierra un primer disco de altísimo nivel.
Lamentablemente, la segunda mitad de Hardwired… To Self-Destruct no es como la primera. Como si fuera un agrupado de temas para lados B, ninguna de las cuatro primeras canciones del segundo disco pareciera tener la contundencia o dirección de cualquiera de las del primero, como una deliberada declaración de “así somos cuando estamos inspirados” (disco 1) o “estos temas nos salen cuando no le encontramos la vuelta pero los grabamos igual” (disco 2). Quizá que los mismos Hetfield y Ulrich se hayan hecho cargo de la producción general les haya quitado a las canciones la claridad necesaria, aunque siempre hay algo para destacar, como “Murder One”, su homenaje a Lemmy Kilmister. A ritmo de sepelio metálico, sin caer en la obviedad de la velocidad, la letra es una alusión tras otra a la vida y obra del líder de Motörhead fallecido el pasado 28 de diciembre. Por suerte, y para que no quede un sabor amargo, el cierre es con “Spit to the Bone”, thrash de vieja escuela, de riffs filosos y el bombo de Ulrich a ritmo de tren bala.
Como la inolvidable pelea Martínez-Chavez Jr, Metallica se floreó con comodidad casi todo el disco, con momentos sublimes y por meter esos temas en la segunda mitad, casi pierde en el final por una mano de knock out. Por suerte, para derribar a Metallica hace falta mucho más que un buen golpe.