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La nostalgia siempre obró sobre las canciones de Lana del Rey como si se tratara de filtros de Instagram: las imágenes podían remitir a un pasado de glamour, peligro y violencia latente, pero no eran "de archivo" sino bellas manipulaciones surgidas de la frondosa fantasía de la cantante. Incluso si jugaba con técnicas de grabación o sonidos "modernos", siempre había un destello que hacía pensar en el Hollywood de los pecados ocultos en Cinemascope. Así, la artista antes conocida como Lizzy Grant construyó un imaginario que creció disco a disco, ampliando su vocabulario creativo.
En Chemtrails Over the Country Club la nostalgia tarda menos de 40 segundos en instalarse en primer plano, apenas el piano termina de arrullar los primeros susurros de una Lana Del Rey que, de cara al sol, recuerda "tiempos más simples". Aquellos en los que era Lizzy, tenía 19 años, trabajaba como camarera de restaurante y daba sus primeros pasos en una industria dominada por los varones (no parece casual que fuerce la melodía para meter con fórceps la frase "Allá en la Men in Music Business Conference").
La canción es "White Dress" y, como la misma cantante reconoció, marca el tono del álbum. Porque -atención- la nostalgia ya no es lo que era. Lana-la-estrella ya no sueña con divas con guantes de seda y hombres rudos de los que es imposible alejarse, sino con una época de su vida en la que las que pasaba los veranos simplemente escuchando a los White Stripes y Kings of Leon, antes de la fama y todas las controversias que genera. "Todavía volvería / si pudiera hacerlo todo de nuevo, pensé", plantea Del Rey, siempre dejando la duda sobre hasta qué punto estaría dispuesta a encarar ese cambio.
La vida en los suburbios de la canción que da nombre al disco ("Nunca es demasiado tarde / así que no te rindas"), su entrega desmedida a un hombre (que ella marca como signo de empoderamiento) con el que mudarse a Arkansas en "Tulsa Jesus Freak", su forma "romántica" de entender al amor y la aclaración de que está "lista para dejar L.A." en "Let Me Love You Like a Woman": todo apunta en la dirección de la nostalgia planteada de entrada.

"Como hermano yo no tengo, con Jack Antonoff me entretengo", parece implicar Lana Del Rey en el disco, en el que el productor de su trabajo anterior (Norman Fucking Rockwell) y Folklore de Taylor Swift se convierte en el Finneas adecuado para los susurros tan terrenales como sobrenaturales de la cantante. El músico se hace cargo de casi todo lo que suena en Chemtrails... y arropa diligentemente la voz de la diva que ya no quiere ese papel: pianos, cuerdas, el sample ocasional y hasta un toque de autotune hacen pensar en esos "tiempos más simples" que la dama extraña.
Quizás el trabajo del productor brille más que nunca en "Wild at Heart": mientras la Lana de corazón salvaje se deshace del glamour y fuma cigarrillos "sólo para entender al humo", él le da todo el espacio con una guitarra mínima, contrabajo y batería con escobillas, y dobla y multiplica las voces hasta construir algo parecido al himno del álbum. Las ganas de dejar la fama de lado reaparecen en "Dark but Just a Game", con otra entrega vocal impecable sobre una suerte de trip hop acústico, y el deseo de salir a los caminos como una suerte de Jack Kerouac con voz de terciopelo tiñe "Not All Who Wander Are Lost". Sin embargo, Del Rey se escucha cómoda con la sensación de fortaleza por una relación sólida -mientras alrededor todo cambia- en "Yosemite".
Hacia el final del álbum aparecen las colaboraciones, que no hacen sino aportar al mood general. Primero comparte las voces con la cantante country Nikki Lane en "Breaking Up Slowly", donde las referencias a la difícil relación entre Tammy Wynette y George Jones le sirven a ambas para plantarse frente a un amor que causa demasiado dolor ("no me mandes flores como hacés siempre / es duro estar sola, pero es lo correcto"). La última canción es una versión de "For Free", de Joni Mitchell, compartida con Weyes Blood y Zella Day, que trae al presente los contrastes de las vidas de los artistas.
Pero en medio de esas dos canciones, en "Dancing Til We Die" Lana tira un name checking (y anticipa el final del disco) con el que rinde homenaje a algunas colegas que le pavimentaron el camino y busca en sus trayectorias la iluminación para no irse a la banquina. "Estoy haciendo covers de Joni y bailando con Joan / Stevie está llamando por teléfono / Court casi incendia mi hogar / Pero, Dios, se siente bien no estar sola", canta Lana.
Sin Mitchell, Baez, Nicks y Love, probablemente Lana Del Rey ya hubiera tirado la toalla, y se hubiera mudado a Nebraska o Arkansas en busca de esa simpleza que añora. Pero allí está ella, haciendo de esas dudas su fortaleza y construyendo un corpus tan personal como insólito en el panorama actual. Porque sí, aunque abreve en la nostalgia, lo que hace la dama es cincelar el presente, tanto el suyo como el de quienes no pueden sino rendirse ante la belleza de su arte.