24/08/2018

Interpol - "Marauder"

La banda neoyorquina busca cortar amarras con su pasado.

Interpol
6.8 10 15

Interpol - "Marauder"

Matador
Puntaje de los lectores: (14 votos)

A principios de siglo, Interpol fue una de las bandas encargadas de sostener el estandarte de la por entonces nueva escena neoyorquina. Pero mientras grupos como The Rapture, LCD Soundsystem o Yeah Yeah Yeahs buscaban recuperar el espíritu enérgico de la ciudad, la banda liderada por Paul Banks apostó por ir a contramano con un post punk tan guitarrero como sombrío, más cerca del lamento tortuoso de Ian Curtis que del desparpajo de Talking Heads. Y lo que funcionó a la perfección en sus dos primeros discos, comenzó a hacer agua en el tercero y estropeó los controles del barco en el cuarto.

A la altura de su quinto opus, Interpol era una banda herida que sufría la pérdida de una de sus piezas vitales (el bajista Carlos Dengler) y con la necesidad urgente de un cambio.

Marauder concentra sus esfuerzos en alcanzar todo lo que no pudo lograr su predecesor, El Pintor, de 2014. Con Dave Fridmann detrás las consolas (productor de The Flaming Lips, MGMT y Mercury Rev), la banda busca el volantazo que esquivó durante década y media, una maniobra tan necesaria en su concepto como, por momentos, brusca en su ejecución. La intención queda clara en los primeros compases de “If You Really Love Nothing”, lo más cerca que Interpol estuvo de esbozar una melodía pop, mientras Banks -en un falsete cargado de eco- enumera todas las carencias afectivas que deja una relación de sexo casual sin mayores vínculos. Ya en “The Rover”, el pasado musical se asoma trepidante, pero esta vez para narrar en primera persona los consejos de un vagabundo errante (“No podés apegarte a las autopistas, es un suicidio”). 

A lo que Interpol no parece dispuesto a ceder es a la prosa críptica y enroscada de su vocalista, más cerca del flujo de conciencia que de la metáfora ultra codificada. De hecho, bastante de eso aparece en el beat circense de “Complications” y también en los climas épicos de “Flight of Fancy” (“Una parte tuya muere de hambre, una parte mía florece de más / El sol mancha el océano, la casa rosada vuelve a la oscuridad / Y se convierte en un matiz fundamental”). En “Stay in Touch”, Banks baja al papel la idea que circunvala el disco: que el “merodeador” del título es en realidad él mismo, alguien que termina desatando el caos aun contra su voluntad. En este caso, un sádico capaz de volverse el mejor amigo de su objeto de deseo, sólo para estar más cerca de su presa justo antes de reconocer que carece de códigos y que se encarga de romper vínculos.

Interpol

Para la segunda mitad, “Mountain Child” alcanza lo impensado: una banda extremadamente citadina poniendo en el centro de la acción a una hija de la naturaleza, mientras de fondo suenan los trucos más conocidos de Interpol (y también de Fridmann). Sin solución de continuidad, “NYSMAW” incluye una cita metatextual inesperada (“Como Prince cantó en Tennessee / Quiero llevarte hasta Alphabet Street”), un traspié que hace que todo le sea aun más difícil al pop con Alplax de “Surveillance”. Pero cuando todo parece listo para desmoronarse, ahí aparece en escena “Number 10”, una pieza construida a partir de lo inesperado. Después de que un arpegio ahogado en eco evocase un clima etéreo y envolvente, un golpe de redoblante devuelve la acción al gris del asfalto sin intermedios, esta vez con un flirteo en un ámbito laboral como punta de lanza.

Sobre la recta final, “Party’s Over” es otro intento de darle aires de neopsicodelia para Instagram a una banda de hombres de mediana edad que pasaron gran parte de su vida sacando fotos a rollo, pero que aún tienen la edad necesaria para dejarse llevar por la sorpresa al momento de encarar (“Todo esto mejora mis malas intenciones sin reprimir mi sensación de asombro”). Como para justificar tantas pruebas de vestuario, “It Probably Matters” arroja el costado más experimental de Interpol, el mismo que seguramente los llevó a acudir a Dave Fridmann en busca de ayuda. Banks, el baterista Sam Fogarino y el guitarrista Daniel Kessler interpretan sus partes como si cada uno estuviera tocando un tema distinto y las piezas se superponen hasta ensamblar de alguna manera extraña.

Interpol acudió a un productor experimental y decidió dejar lo más arriesgado de esa aventura para el final de su disco, quizá la manera de sugerir que el cambio radical llegará en la próxima entrega.

6.8 10 15

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