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Hace 50 años, te escupía en la cara que quería ser tu perro. Hoy, Iggy Pop te dice apenas empezado Free que quiere ser... libre. ¿Libre de qué? ¿De la propia imagen de animal salvaje del rock and roll, de punk reventado incluso antes de que el punk existiera? Hace rato que la Iguana intenta ampliar su rango artístico, siempre con menos logros que cuando bucea en su esencia. El mejor ejemplo de esto último es su álbum anterior, Post Pop Depression, donde en compañía de Josh Homme (Queens of the Stone Age) retomaba la senda de sus primeros discos solistas y brillaba como no lo hacía desde 1977.
Avenue B (1999), Preliminaires (2009) y Aprés (2012) fueron los intentos más serios de Iggy Pop de convertirse en un crooner respetable. Ninguno fue espectacular, lamentablemente. Pero no es de extrañar, al fin y al cabo: la carrera del cantante ha tenido altibajos más que notorios. Y ahora, después de alcanzar una estatura artística que no había logrado en más de cuatro décadas, se entrega a ponerle su voz a las composiciones del trompetista Leron Thomas y la guitarrista experimental Noveller. ¿Esa será la forma de ser libre que necesita la Iguana a los 72?
Si quería estar libre de involucrarse artísticamente con un disco que lleva su firma en la portada, casi que lo consiguió: acá hay poco más que su voz como para reconocerlo. Y lo que ofrecen sus colaboradores tampoco es para desechar los discos de The Stooges ni los que Iggy Pop hizo de la mano de David Bowie. De hecho, Free se puede acomodar tranquilamente entre los trabajos en los que el cantante perdió el rumbo. Incluso se podría hablar de un álbum a medio cocinar, uno en el que el chef principal se distrajo mirando a Gordon Ramsay y dejó hasta el emplatado en manos de sus ayudantes.

Con otra clase de supervisión, los 30 y pico de minutos que dura Free habrían sido la base para un álbum más acabado. Porque el soundscape introductorio del tema homónimo daba para algo más que un "quiero ser libre". Porque "Loves Missing" podría haber tenido un poco más de desarrollo, más allá de que sea la única canción del disco que se acerca sonoramente a su predecesor. O porque "Sonali", con un ritmo irregular y una instrumentación ascética, es como una gema en medio del disco.
Pero "James Bond", con aura de soundtrack de espías minimalista, se mueve durante media canción con el freno de mano puesto. Y "Dirty Sanchez", una reflexión de Thomas sobre la sexualización online, llega a dar vergüenza ajena. Al parecer, hubo que convencer a Iggy de que cantara "Que me gusten las tetas grandes / no significa que me gusten las pijas grandes". Qué pena que lo lograron.
Entre los soundscapes y la trompeta, Iggy apenas hace acto de presencia en "Glow in the Dark", y "Page" no parece resultarle particularmente cómoda a su voz de 2019. En el resto del disco, la Iguana se olvida de cantar: primero, recita "We Are the People", un poema que Lou Reed escribió en los 70 pero parece hablar de Trumpamérica; después aborda "Do Not Go Gentle into That Good Night", de Dylan Thomas; y cierra con tono de película de terror con "The Dawn".