

(16 votos)
Hace rato ya que a Ghost le cantaron piedra libre y el recurso de las identidades que se ocultaban detrás de las máscaras perdió algo de efecto. Lo que era un rumor a voces se confirmó con la demanda que los ya exintegrantes del grupo entablaron contra el ideólogo (y patrón) del grupo sueco. Así fue que el nombre de Tobias Forge salió a la luz como alma y arquitecto de una banda que no para de crecer. El recurso que Kiss explotó con éxito durante sus primeros años de carrera y Slipknot reinventó en los 90 es también el mismo al que los detractores echaron mano para quitarle méritos a Ghost. Al igual que sus colegas, Forge siempre tuvo en claro que la cuota teatral era un aporte más a su idea, pero lo fundamental eran y son las canciones, y con Prequelle vuelve a poner a la música por encima de todo.
En este cuarto disco, cocinado bajo el fuego moderado de las demandas y la falsa identidad perdida, Ghost corre los límites que la etiqueta de la música pesada impone. Así, se expande con una propuesta más ecléctica que se sumerge sin culpa en el pop, la lisergia y el prog con la teatralidad como factor indivisible para que todo fluya en armonía calculada. El primer adelanto buscó no alarmar a sus seguidores más intransigentes: “Rats” comienza con una batería de corte pesado a la que se suman guitarras con la distorsión suficiente. Con una letra sin sutilezas (“En tiempos de confusión, en tiempos como estos / De creencias contagiosas, esparciendo la enfermedad / Esta miserable travesura / corre a través de sus almas para nunca irse / ¡Ratas!”), cuesta no encontrar una alusión sin vueltas de Forge a sus exmúsicos.
Pero en esa línea pesada tan solo puede apuntarse “Faith”, que hipnotiza con su ritmo marchoso y sus punteos agudos. En cambio, con una estructura pop y un estribillo adhesivo, en “Dance Macabre” Ghost se anota otro hit hecho y derecho, el quinto al hilo (“Ritual”, “Year Zero”, “Cirice” y “Square Hammer” lo fueron en discos anteriores) para confirmar a Forge como un compositor virtuoso, capaz de meter un tema por disco con el potencial suficiente para seducir a todos los públicos posibles.

El camaleónico Tobias, que supo ser Papa y que para este álbum bajó un escalafón para ser Cardinal Copia, hasta se animó a modificar la fórmula y correrse del centro de la escena para dar lugar a dos temas totalmente instrumentales. En el caso de “Helvetesfonster”, dos capas de teclados van dando forma a un pieza con aires medievales en el comienzo, que deriva en un borrador de obra progresiva a la que le cuesta encontrar el rumbo hasta que se desinfla sin dejar rastros. Pero con “Miasma” el resultado es mucho más concreto: con un sintetizador como timón, la melodía seduce al oyente, mientras se agregan instrumentos para alcanzar un clima épico, que en la recta final suma un saxo sin que suene forzado.
En “See the Light”, “Life Eternal” y “Pro Memoria”, Ghost le da espacio a baladas cuidadas y bien ejecutadas, pero a las que pareciera faltarles 5 para el peso por insuficiencia de ideas. En cambio, casi en el epílogo del disco, con “Witch Image”, el grupo sueco encuentra su mejor identidad donde por momentos parece emular a Blue Öyster Cult por la pátina vintage, en otros a Samhain -por el clima oscuro- y hasta a ¡ABBA! en la estructura de los estribillos. Pero el resultado final suena a Ghost y ahí radica su mayor mérito.
Se sabe que un fantasma no causa el mismo efecto en el primer encuentro que cuando se manifiesta por cuarta vez. Con Prequelle, Ghost puede jactarse de que su criatura lleva ya esa cantidad de discos en su haber, sin perder el impacto y la calidad que cuando aparecieron en 2010. Ya no asusta, pero entretiene. Y eso se respeta.