

(13 votos)
En el 2014, Chris Martin tenía el corazón roto. En pleno proceso de separación con la actriz Gwyneth Paltrow, el cantante convirtió a Ghost Stories, el álbum que Coldplay publicó ese año, en la banda de sonido de su separación. Lejos de la grandilocuencia sonora de sus predecesores, el disco era una colección de beats acuosos y canciones minúsculas, plagadas de texturas ambient y paisajes sonoros a velocidad crucero. La progresión de sus nueve canciones se perfilaba como el via crucis sentimental del líder del grupo. Según el propio Martin, el eje del disco era cómo las decisiones del pasado condicionan las acciones en presente y futuro.
Un año después, el luto parece haber llegado a su fin. Los treinta segundos iniciales de A Head Full of Dreams chocan de frente con el espíritu quebradizo de su trabajo anterior. Al igual que en su arte de tapa, todo en el disco es multicolor y eufórico, una suerte de contracara desmedida en relación a la angustia tangible en las canciones del grupo tan sólo doce meses antes. La búsqueda vuelve sobre el sendero que habían transitado con Mylo Xyloto: pop de escala de estadios, sin lugar para intimismos, y con ambiciones épicas. Para llevar a cabo la tarea, Coldplay se puso a disposición de los suecos Stargate, un dúo de productores conocido por su trabajo con Rihanna, Wiz Khalifa y Katy Perry, entre varios otros.
En manos de una dupla de hitmakers de fácil digestión, Martin y sus compañeros recurren a los golpes de efecto cada vez que pueden. Salvo escasas omisiones ("Everglow”, "Amazing Day"), todo suena grande, desbocado, con intención manifiesta de trascendencia. "A Head Full of Dreams" y "Bird" se definen por su optimismo exultante, con arabescos de guitarra pegadizos, beats bailables y estribillos en falsete. Al track siguiente, Coldplay une fuerzas con Beyoncé para "Hymn for the Weekend", un híbrido entre r&b y balada guiada por el piano de Martin. El experimento se repite poco más tarde en "Fun", un estallido teledirigido a las FM, en colaboración con Tove Lo.

"Adventure of a Lifetime", el primer corte del disco, acerca las cosas al costado más pop (pero también más rítmico) de Foals, en donde todos los instrumentos tienen carácter percusivo. Poco después, "Army of One" amalgama un colchón de sintetizadores con ínfulas góspel, hasta que el track se diluye en un tema oculto, “X Marks the Spot”, un intento fallido de dubstep a la James Blake, con uso abusivo del vocoder. Las ambiciones desmedidas pasan a segundo plano en "Up and Up", encargada de cerrar el disco, una balada en cámara lenta que cobra color de a poco, hasta que un solo de guitarra de Noel Gallagher redispara la épica marchante que predomina en el disco.
Coldplay nació a fines del siglo pasado como parte de una camada de artistas criados a la sombra de Radiohead. De esa generación, sobrevivieron los que supieron tener aspiraciones más grandes, tomando como modelo a U2 (véase, para el caso, la reconversión de Muse). El problema es que, mientras Bono manifestaba su admiración por Nelson Mandela y Martin Luther King, Chris Martin hizo lo propio con Barack Obama, al punto de incluir un sampleo del actual presidente estadounidense en el interludio "Kaleidoscope". A 15 años de su primer disco, Coldplay no tiene la intención de volver a escribir una canción como "Yellow" y la decisión no es cuestionable. El problema parece ser a qué tendencia pasajera se aferra la banda a la hora de grabar un disco en vez de revalidar su propia identidad.