

Darkroom / Universal
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"¡Me sacaron los aparatos y este es el álbum!", repite Billie Eilish entre risas y con una voz burlona junto a su hermano, el productor Finneas, en “!!!!!!!”, la viñeta que abre WHEN WE FALL ASLEEP, WHERE DO WE GO?. En sólo 14 segundos, el track condensa información vital: a sus 17, cuando muchas chicas de su edad están terminando un tratamiento de ortodoncia, ella dio forma a un disco debut que busca reafirmar todo lo que cosechó en singles en estos últimos dos años. Con el resultado sobre la mesa, la conclusión termina siendo otra. En ese lapso, no se dedicó a corregir su dentadura: estaba afilando los colmillos.
Vestida con ropa XXL de rapero de fin de siglo pasado, Eilish esquiva el molde de figura de moda y lleva al pop a un terreno gótico, como salida de una pesadilla de Lorde, o capaz de meterle miedo a Lana Del Rey. "A mi mami le gusta cantar conmigo, pero ella no va a cantar esta canción / Si ella lee todas las letras, se compadecerá de los hombres que conozco", lanza como una daga en "bad guy", un trap robótico sostenido por chasquidos de dedos en el que se permite tomarle la temperatura a un macho alfa, antes de que el tema quiebre su ritmo a la mitad y ella susurre con una voz de lija al agua que ella es en realidad el tipo malo y no su interlocutor.
El universo privado de Billie Eilish se destaca por lo confidencial y su cuota noir, pero a la vez, nada de esa serie de declaraciones a corazón abierto espera ser recibida con un manto de seriedad. "No digas que no soy de tu tipo / Sólo decí que no soy tu orientación sexual preferida", masculla en "wish you were gay", una balada soulera interrumpida por beats y sintetizadores en la que manifiesta su manera centennial de lidiar con la frustración: no soy yo, sos vos. Esa pose victoriosa alcanza su cénit en "you should see me in a crown", un dubstep rasposo inspirado en una línea de diálogo de la serie Sherlock. Lejos de buscar un modelo de conducta en el detective creado por Arthur Conan Doyle, Eilish elige aprender de Moriarty, su némesis. Villanos, no héroes.

En “bury a friend”, con un cameo del rapero Crooks, Eilish no sólo le habla a los monstruos de debajo de la cama, sino que además se pone en su propia piel al cantar (“¿Qué querés de mí? ¿Por qué no me huís? / ¿Qué estás pensando? ¿Qué sabés? / ¿Por qué no me tenés miedo? ¿Por qué te preocupás por mí?”), un réquiem gótico con alusiones a su propia experiencia con la parálisis del sueño. Billie no sólo le canta a sus miedos: los abraza y se funde en ellos. “xanny”, con un juego de graves que emula haber desconado los parlantes (y seguro lo haga a volumen poco prudente), pone bajo el reflector a sus trastornos de ansiedad con mismas dosis de angustia adolescente e ironía mordaz (“Por favor no trates de besarme en la vereda en tu pausa para un cigarrillo / No puedo permitirme amar a nadie que no se esté muriendo por error en Silver Lake”).
Como para separar la paja del trigo en el hype, en la balada “listen before i go”, Eilish se mide como cantante, y redobla la apuesta en “when the party’s over”, un lamento sostenido por un piano y con un clima tan espeso como las lágrimas símil petróleo que brotan de sus ojos en el video de la canción. Casi como una provocación, “8” comienza su marcha con un rasgueo en un ukulele, simulando ser una canción más de un montón que comienza a perfilar su propia marcha a medida que pasan los compases. Misma suerte corre “my strange addiction”, otra oda confesional que diluye su aura lúgubre entre samples de diálogos de The Office.
En tiempos en los que el single es rey, WHEN WE FALL ASLEEP, WHERE DO WE GO? planta bandera por ir a contrapelo, pero también por la manera en la que fue diseñado. En poco más de dos años, una piba de 17 años de Los Ángeles y su hermano de poco más de 20 dieron forma a una cadena de canciones que fue creando un universo que dialogó cada vez más con el presente, para desembocar en un recurso propio de épocas pasadas: el disco no sólo como concepto, sino también como soporte físico. Billie Eilish construye su presente a partir de un legado tanto artístico como de plataformas para su obra, y el tiempo dirá si se extingue o continúa en este presente perfecto.