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Existen dos maneras de abarcar el universo babasónico. La primera y más simple es adentrarse en la parábola que traza su discografía, desde el estallido alternativo de Pasto, de 1992, a la relectura y deconstrucción de su propia obra casi dos décadas más tarde en Impuesto de fe, publicado este año. Pero quien quiera tener una total noción de la imagen no tendrá un cuadro incompleto si no se sumerge en su obra paralela: una colección de discos de descartes y canciones que no llegaron al corte final de sus álbumes “oficiales”. Ese recorrido comenzó con Vórtice marxista, continuó con Vedette, siguió su curso con Groncho, y Carolo, y ahora suma un nuevo episodio a esta suerte de historia paralela.
No hace falta un esfuerzo demasiado desmedido para entender que Inflame encuentra su razón de ser en un puñado de temas que no llegaron a la versión final de Infame, publicado en 2003, y es también el más antagónico respecto al original en comparación a sus compañeros de camada. Mientras la mayoría de estos álbumes se presentan como complementarios de lo que terminó llegando a las bateas, esta colección de ocho canciones se define casi por oposición al álbum con el que Babasónicos redobló la apuesta tras su merecido y demorado salto al mainstream con Jessico en 2001.
Si Infame ratificó el éxito de la banda liderada por Adrián Dárgelos gracias a una lectura electrificada del bolero y la canción romántica setentista de la mano de una serie de hits que le permitió al grupo plantar la bandera bien lejos de la frontera delimitada por el rótulo “de culto”, Inflame se define por su incursión en el anticonformismo babasónico. Ninguna de sus canciones osa repetir la fórmula de “Irresponsables”, “Risa”, “Putita” o “¿Y qué?”, sino que conecta con el costado menos complaciente del quinteto de Lanús, como una ventana al work in progress de la creación de un trabajo de orfebrería pop que permite vislumbrar los criterios de ensayo y error con los que se forjó el resultado final.

“¿Quién en el mundo quiere ser adorado? / ¿Quién aguanta tanta presión?”. Sobre un colchón de cuerdas emuladas y una programación sutil, Dárgelos se presenta en “El cuerno llama” como la antítesis del personaje narcisista de “Puesto”, más cerca de las inseguridades que de la proclamación del “soy hermoso” del hit de Anoche. “Matriz de loco”, sostenida por el contraste entre una percusión sanguínea y los sintetizadores aullantes de Diego Tuñón, se perfila como una canción pop en línea recta hasta que un golpe de redoblante a destiempo reestructura su esqueleto rítmico. El perfil más etéreo de Babasónicos asoma en “Clamor”, una balada plagada de mellotrones con la guitarra de Mariano Roger arpegiando en primer plano con una suerte de recordatorio que eso del showbiz no es para cualquiera (“La moda no te espera jamás / Si no es hoy, no será”) que sobre el final se diluye en un instrumental electrónico con ansias de breakdance.
“Hijos de” muestra los dientes con un rock espeso con bombo en negras, un bajo distorsionado y la voz de Dárgelos procesada para sonar de ultratumba, un recurso que aparece clonado sin solución de continuidad en “Dos reyes”, un stoner cibernético que deviene en hedonista a partir de la repetición de una misma frase (“Todo es victoria después de amanecer vencido”). “Mosca de chisme” busca llevar las cosas un poco más allá, con un spoken word oscuro que repta entre rítmicas complejas y un bajo en constante tironeo con las máquinas de Tuñón hasta que sin preaviso todo deviene en una atmósfera disco, como si se estuviera ante la hermana bastarda de “Sheeba Baby”.
Con su pop calidoscópico plagado de armonías vocales y acordes mayores, “Frívola” es lo más cercano a lo que terminó siendo Infame, una melodía diáfana en la que Dárgelos alarga las sílabas para redondear un estribillo sin fisuras. “Mucho”, otro rock arrogante que circula a velocidad reglamentaria, ofrece sobre el final el mejor de los versos del disco (“Desearía que fuera gay, o tal vez del Opus Dei / No me codifica, no puedo ni clasificarle”). Los 23 minutos de Inflame no buscan perfilarse como esenciales dentro de la discografía babasónica, pero permiten terminar de comprender qué había en la cabeza de sus creadores al momento de decidir cuál era el rumbo que debía tomar su séptimo disco de estudio. Aun con su aura de celebración del desconcierto, el álbum no es más que el retrato del proceso creativo en ascenso constante de una banda que, como lo dice una de sus canciones, se reconoce como “Mucho para acá / Demasiado para este pueblo”.