

(30 votos)
A lo largo de toda su carrera, Babasónicos mantuvo dos constantes. Una es la relación particular con su pasado: con el transcurso de los años, las canciones que integran su historia más remota quedaron relegadas a algo cercano al olvido. En vivo, los temas del período comprendido entre Pasto (1993) y Miami (1999) fueron y son rescatados con cuentagotas, y no como un ejercicio de nostalgia sino como la posibilidad de poner a su obra en diálogo a través de contrastes y semejanzas. La otra variable que opera la banda de Lanús es el cambio: todo puede mutar de forma cada vez que la situación lo amerita.
Pensado como un espectáculo para una colección creada por su sello discográfico, Impuesto de fe se define tanto por lo que es, como también por lo que no. A pesar de la abundancia de recursos acústicos, está lejos de ser un unplugged a la usanza creada y exprimida por MTV. La propuesta está más cerca de la definición que Mariano Roger le dio a Silencio antes de viajar a México para grabar el disco. Lo que ocurrió en los estudios Quarry del DF (y que registra el disco en sus diversas plataformas) es la performance de una orquesta psicodélica, que echa mano a su propio repertorio con iguales dosis de respeto purista como de deformación premeditada.
Esa búsqueda queda entendida en el comienzo, cuando "El colmo" deja de ser una obra de preciosismo pop para convertirse en una balada en cámara lenta, con una desnudez cuidada de la que sólo la protegen el arpegio de una acústica y un glockenspiel. El clima permanece inalterable hasta que unas pocas notas en vuelo alto del piano de Diego Tuñón van llevando las cosas a un terreno más conocido. Casi en continuado, "Irresponsables" respeta las formas de su versión de estudio, enriquecida por una guitarra slide que acentúa los silencios entre los versos de su estribillo.

A medida que los temas comienzan a pasar, las libertades pasan a ser mayores. "Sin mi diablo" reemplaza sus cimbronazos distorsionados por una percusión sanguínea, mientras la voz de Adrián Dárgelos suena envuelta en eco para acentuar el clima de ritual oscurantista. Algo parecido ocurre con "Natural" (Pasto, 1992), lejos de su retrato de la postal alternativa de época y convertida en un collage de texturas, soundscapes y demás artilugios que la ponen más en sintonía con The Beta Band que con Jane’s Addiction. Otras canciones, como "Puesto", apuestan por la búsqueda hacia un pop más barroco, con cuerdas emuladas enriqueciendo el espectro sonoro.
Gran parte de la magia de Impuesto de fe reside no sólo en las canciones elegidas, sino en cómo se entrelazan entre sí. "Muñeco" (Anoche, 2005) deforma su secuencia de acordes y construye su estructura sobre la base rítmica de "Coralcaraza" (Trance Zomba, 1994), y acelera su pulso de a poco hasta que el clima desemboca en una versión de "Deléctrico" (Jessico, 2001) que reemplaza con congas y una batería en plan disco las programaciones del original. Cerca del final la fórmula se repite con un esmero aún mayor cuando "Zumba", "Yoli", "Viva Satana" y "La roncha" se convierten en una sola pieza que pasa del folk psicodélico al spaghetti western, y de ahí va al sexplotaition y la balada épica sin que los timonazos parezcan forzados.
Dentro del repaso histórico, "Vampi" y "El maestro" se cuelan en el repertorio como dos novedades. La primera es una balada marca Dárgelos con un protagonista hematófago dispuesto a cuestionar su propia inmortalidad por un mal de amores, mientras que la otra es una ranchera marchante de tonos menores. En "Rubí" y "Putita", la búsqueda transita senderos más conocidos sin tomar una distancia sustancial respecto a sus versiones de estudio. En otros momentos, el viraje es radical, como lo evidencia "Su ciervo", privada de su rabia valvular y reconvertida en un bolero que se pone cada vez más retorcido gracias a su propia letra. Nada a lo que Babasónicos no haya acostumbrado a propios y ajenos en dos décadas y media de carrera.